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domingo, 14 de noviembre de 2010

6. Una persona. Una historia: Sally Buttons

Me desperté con un inesperado grito y me cubrí el rostro con ambas manos, había sentido el dolor de dos fuertes bofetadas. Sin embargo, no había nadie en mi habitación.

Aquella tarde de 2003, iba en la antigua furgoneta de mi familia con mi padre. Íbamos de camino a la ciudad, a veintitrés kilómetros del pueblo dónde vivíamos: una pequeña agrupación de casas rústicas en medio del bosque. Pero aquel día no íbamos de excursión precisamente; nos dirigíamos al médico. Esa misma mañana me había despertado con un ojo sangrando y envuelta en sábanas tintadas de rojo.

Tras cuarenta y cinco minutos de baches, sangre y algún que otro gemido de dolor, llegamos al enorme bosque de edificios que se imponían ante nosotros. Era la primera vez que iba al centro, y me hubiera encantado ver cada uno de esos gigantescos rascacielos, pero ése día no iba a ver cumplido mi deseo.

Una vez en el hospital, o diagnosticador, según mi padre, nos sentamos en una sillas de plástico negro dentro de una sala blanca, en el centro de la cual se hallaba una mesa llena de revistas para señoras mayores. Entonces, llegó una mujer con una bata azul y nos hizo pasar a la habitación donde esperaba el médico.

Primero, me hizo sentar en una camilla y me examinó el ojo, que por cierto, me dolía más que en toda la mañana. Llamó a una enfermera, que llegó al cabo de un minuto a la sala. Se veía claramente que el doctor no tenía ni idea de la causa de la herida. Entonces empezaron a hablar sobre hacerme una escáner del cerebro o algo por el estilo. La verdad es que no me acuerdo mucho de lo que pasó después, ya que me anestesiaron antes de la prueba.

Al despertar, 3 ó 4 horas después, me encontraba en una camilla junto a mi padre. Me sentía confusa, como si estuviera drogada. Se abrió la puerta y el médico que había visto antes apareció tras ella. Se llevó a mi padre a una salita cercana y comenzaron a hablar. Con cierta dificultad, me levanté, caminé hasta la puerta, y pegué mi oreja contra la madera, intentando escuchar lo que decían.
El doctor estaba hablando:
   
-   Su hija tiene un enfermedad cerebral bastante extraña: sufre una alteración en las neuronas que hace que viva los sueños en primera persona.
-       ¿Y puede llegar a ser grave?- preguntó mi padre.
-       Bueno, en casos como el de su hija, los afectados pueden llegar a dañarse en sueños, es decir, autolesionarse.

Desde aquella tarde de noviembre, ya no puedo ser la misma de antes. Por aquel entonces tenía 6 años; ahora tengo 21, pero el problema sigue siendo el mismo. Cuanto menos duerma, mejo para mi salud y cualquier imagen, vídeo o lugar que pueda causar miedo podría empeorar mi situación. Las películas de terror que tanto me gustaban antes las tengo prohibidas y paso las noches de Halloween en la cocina de mi casa, comiendo galletas de chocolate, mientras el resto de niños se divierten fuera.

Lo de aquella noche tan sólo habían sido un par de bofetadas soñadas, en mi caso, también vividas. Vivo con miedo a morir en sueños. Me llamo Sally Buttons y me conocen como la herida sonámbula de Parsington Village. 

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